Toda una escapada en familia.

Iniciamos nuestra travesía desde la localidad de Casale-sul-Sile, muy cerca de Treviso y desde donde comenzamos el descenso del Rio Sile, a través de todo el Parque Natural que lleva su nombre. Pero no es ese el motivo que me inspira en este momento, cuando me dispongo a repasar esta experiencia y en la que nuestro Family Team vivió momentos perfectos (viajar con niños es más que posible con Sail & Grow) para asegurar su unidad, crecer y reforzar aspectos clave para todos sus miembros. Tampoco, me inspira lo que es obvio. El que buena parte de la experiencia se desarrollara en la mismísima ciudad de Venecia, majestuosa, imperial, única, … Tampoco, el hecho que representó atracar nuestro barco en Marina Santelena: bellezza, storia, eleganza.

En esta ocasión quiero hablar del  silencio, de un silencio que corta el sentido cuando se alcanza la Laguna di Venezia. Si. No se si seré capaz de describir el momento. Quizás el mejor para crecer a bordo de nuestro Magnifique, un lento y seguro 45 pies. Quizás lento, para que su tripulación no se pierda en la velocidad y aproveche cada minuto de su navegación.

Una hora antes del silencio. Esclusa de Portegrandi.

El paisaje ha cambiado. Atrás, hemos serpenteado el Sile con un manto verde sobre nuestras cabezas, sorteando aves de todo tipo (cigno, gabbiano, folaga, germani, anatidi, gran colimbo, etc) y con la mirada puesta en sus orillas en las que cada rincón es más sugerente que el anterior, cada villa,  venecianas todas ellas,  más bonita que la anterior. Nuestro joven timonel, que cumple con rigor su nueva misión, me cede la rueda de timón del Magnifique y, poniendo a prueba la destreza de toda la tripulación, embocamos la única exclusa que encontraremos en nuestra travesía.

Como anécdota, contaré que el esclusero aún no había despertado, y ya eran más de las diez, como si quisiera que disfrutáramos más intensamente nuestro reto allí nos tuvo esperando un buen rato. Y menos mal que nos indicaron que su casa estaba próxima a la esclusa y uno de nuestros dispuestos tripulantes pudo aporrear su puerta hasta despertarle.

Nada más pasar la esclusa, retomamos nuestra travesía a través de una especie de canal completamente natural y salvaje que poco a poco difumina su forma para convertirse en una marisma plena de  vegetación herbácea que crece directamente del agua.

La tranquilidad de la laguna, antesala del bullicio de Venecia.

No oímos nada, nada nos distrae, ni siquiera nuestro motor. Algo va a ocurrir. Nada se oye. En realidad, es que ni hablamos entre nosotros. No lo sé. Es como si supiéramos que vamos a presenciar algo irreal. Nada se oye.

“Mi primero de a bordo”, que tan bien ha venido marcando rumbo sobre la carta, enmudece también. Recordemos, que todos tenemos una responsabilidad en el Magnifique y que hemos venido a crecer … y a demostrar que es posible viajar con niños.

Ya son las once y un sol casi apuntando medio día ayuda, con la evaporación que genera, a prolongar el misterio sobre la ya más que plateada laguna. Todos tenemos en nuestra mente la imagen de Venecia, de su Gran Canal. La belleza de sus iglesias, plazas y monumentos; el bullicio de tenderos, turistas y, como no, el movimiento constante de góndolas y más góndolas. Más difícil es retener el silencio. El que se genera en la línea de horizonte con la silueta del mismo bullicio, las bellas torres, edificios y actividad incesante. El que a varias millas de distancia solamente desde un rincón de La Laguna se puede vivir. El que nos sorprendió por su majestuosidad y que sólo podemos vivir desde allí.

Ni siquiera habíamos llegado a la altura de Burano o St. Erasmo. A más de una hora de Venecia y ya la vivíamos de una forma soberbia.  Una vista solo para nuestros ojos. 360º de mar, de Adriático, que llenan la laguna. La silueta es sencillamente espectacular. Media hora más tarde, atracamos en Burano, luego en Venecia, …, no sé. Creo que esta parte, más previsible, siempre se puede vivir con trolley en mano. Como un turista más.

The Crew